Impuesto con ceniza
que resbala a mi sayal,
cabizbajo, me acerco a ti
y encuentro tu rostro.
Ese que se oculta en mí.
Mis gestos, dejaron de ser,
reconocieron su origen.
Vienen de ti, y de haber
sido la semilla.
Por días mis ojos
se llenaron de espinas,
dolía el mirar
como dolía el no hacerlo,
y en tus ojos veía
la tristeza de partir.
Tu hermosa sonrisa,
esa que no te podía abandonar,
se imponía. Otra lección.
La tristeza
daba lugar a la paz,
elucubrar lo que
sólo tú y yo intuíamos,
nuestra íntima confianza.
Ser yo, indómito, rebelde
lector voraz, anarquista,
y tantas cosas más,
no son más que el reflejo,
de tu respeto y tu fe en mí.
Dejaré que las cenizas
se vuelen, me ungiré
con los aceites del saber.
Y en paz, contigo en el corazón
caminaré ya sin espinas en mis ojos.